El primer contacto con las drogas debió tener lugar hace unos cuatro o cinco años. No me refiero a vulgares sustancias, sino a una felicidad blanca mucho más sofisticada. Pura química de farmacia, como es denominada. Cada mañana confiaba en la dosis indicada para superar la influencia de saturno. Uno corre el riesgo de quedarse prendado ante sus fascinantes efectos, por lo que se recomienda prescindir de estos compuestos. Supongo que resultará fácil sucumbir a la seducción de este paraíso artificial que se presenta inmediato, sin mayor esfuerzo. En mi caso, tras una íntima convivencia, la química fracasó en el intento de recrear una existencia más confortable. El secreto para evitar una posible dependencia reside en la conciencia de su ineficacia. Una vez revelado su efecto placebo, el éxito de estos artificios queda anulado. Son la psicología y nuestra actitud las que verdaderamente disponen el cristal a través del cual observamos el color de nuestro entorno. Cada uno es responsable de elegir la lente a partir de la cual distinguirá las once zonas que componen la realidad, del negro profundo al blanco puro. Sin duda, es una tarea mucho más ardua la de imponer nuestra visión a la de encomendar el bienestar al contenido de una cucharilla.